Emilio López Arango: Anarquismo y organización

En los países europeos, donde existía antes de la guerra una fuerte corriente de opinión libertaria en el movimiento obrero, se está operando un lento pero seguro proceso de evolución espiritual. Los anarquistas tomados de sorpresa por la revolución rusa e ilusionados con las exterioridades subversivas del golpe de Estado bolchevique, dejaron a un lado sus propias opiniones para aportar al triunfo de la causa común el concurso de su fuerza y de su capacidad. Y el resultado fue esa exaltación de la violencia instintiva aceptada por los comunistas; como un recurso para escalar el poder y empleada por el proletariado para definir sus conflictos económicos.
Después de un breve período de agitación y violencias, apagada en Rusia la antorcha revolucionaria y calmados los ánimos de las masas ilusionadas por el grandioso espectáculo que nos ofreció e! imponente incendio social, el proletariado vuelve a los remansos de la política y espera su redención de los nuevos mesías lanzados por el mundo a predicar la religión de Marx. Y la necesidad de devolver a la propaganda ideológica y de oponer al grosero materialismo marxista elementos espirituales que eleven al hombre y magnifiquen sus aspiraciones y sus luchas, se hace sentir cada vez más en todas partes y, principalmente, en aquellos países que sufrieron más de cerca el contagio del bolcheviquismo ruso.
En el renacimiento de la propaganda anarquista se señala principalmente la ofensiva contra el neocomunismo. Pero hay otras tendencias intermedias, que tienen en el sindicalismo su campo de acción que deben ser combatidas con igual fuerza y despojadas de su careta revolucionaria. El peligro no está tanto en los marxistas declarados —en los políticos de dictadura— como en los marxistas que se agazapan en las casamatas sindicalistas esperando el momento propicio para lanzarse a la conquista del poder en nombre de la dictadura proletaria, disfrazada ahora con ese sofisma de "todo el poder a los sindicatos".
Nosotros, y con nosotros todos los anarquistas que reaccionaron contra el morbo dictatorial y curaron su espíritu de la sarna bolchevique, hemos señalado el peligro que entrañaba para nuestra propaganda la imitación de los métodos disciplinistas del neocomunismo y de sus derivados sindicales. Y en la Argentina, además de ser más breve el período de confusión no fue posible el arraigo de todas esas modalidades seudorevolucionarias que quedaron en el campo obrero como los últimos excrementos del atracón marxista.
Se puede afirmar hoy que el campo anarquista está libre de toda maleza. No sólo hemos deslindado posiciones frente al partido comunista sino que también hemos establecido los límites que separan al movimiento obrero libertario de las diversas tendencias integradas en la andrógina Unión Sindical Argentina, y actuantes en un plano de acción puramente reformista. Las mañas del camaleonismo sindical, que hoy viste de rojo y se proclama el depositario del "poder sindical", ¿pueden desviar a los anarquistas del recto camino emprendido en todos los campos de la actividad revolucionaria? De ninguna manera, puesto que existe una opinión lo suficiente definida como para evitar todo confusionismo y salvar los obstáculos que opongan a nuestro avance toda clase de enemigos.
Para nosotros, los conceptos anarquismo y organización son equivalentes. ¿Hay un solo comunista anarquista que sea enemigo de la asociación, siempre, naturalmente, que esa asociación responda a objetivos emancipadores y no entrañe un peligro para la propia ideología libertaria? Huelga la respuesta. Se trata, no de discutir si los anarquistas son o no partidarios de la organización, sino de poner de manifiesto la importancia de determinadas organizaciones y el significado de los medios elegidos para desarrollar nuestra actividad revolucionaria y educativa en el seno de la clase trabajadora.
En España, Italia y Francia, los tres países latinos en que más poderosa fue la corriente de opinión libertaria del movimiento obrero, los anarquistas tratan de contrarrestar orgánicamente la influencia dictatorial del bolcheviquismo. Las posiciones frente al neocomunismo —a los políticos de dictadura— están suficientemente definidas. El anarquismo está libre ideológicamente de toda influencia marxista. Pero, ¿cómo recuperar las posiciones tomadas por sorpresa por los revolucionarios hechos por el aluvión bolchevique? ¿Cómo desalojar de los sindicatos obreros a los elementos influenciados por la ideología autoritaria, pero que se presentan con un disfraz libertario, hablan a los trabajadores el lenguaje iconoclasta que fue hasta ahora patrimonio de los anarquistas?
Buscando en sí mismos la fuerza necesaria para oponerse a los comunistas de Estado, los anarquistas de los citados países tratan de crear concentraciones revolucionarias al margen del movimiento obrero. Por oposición al partido bolchevique, se crean las uniones anarquistas, las que, indudablemente, sólo pueden representar una fuerza ideológica para la lucha en el terreno político... Pero, ¿cómo liberar a los trabajadores de la influencia marxista, si el anarquismo crea sus organizaciones específicas y establece un punto de diferenciación con el movimiento obrero? He ahí, a nuestro modo de ver, el error de táctica de los compañeros europeos.
El error no es simplemente de detalles. La concepción sindicalista predominante en España, Francia e Italia —por no nombrar más que a esos tres países latinos— es la vieja concepción del sindicalismo francés. Los anarquistas partidarios, fuera del sindicalismo de una organización específica, defienden la autonomía y el neutralismo sindicalistas, dejando el campo librado a la incursión de esos mismos elementos que se quiere combatir en el campo indeterminado de la propaganda revolucionaria.
Ni los anarquistas de España, que se dejaron absorber por el movimiento sindical; ni los compañeros de Italia, colocados voluntariamente al margen del movimiento obrero; ni los camaradas de Francia, despreocupados de la cuestión ideológica en su actividad sindicalista, lograron salvar al movimiento anarquista —que pretenden ahora mantener lejos del contagio de la masa— de las impurezas que arrojó al campo obrero la contrarrevolución bolchevique. ¿Serán más fuertes y mantendrán más pura la concepción libertaria, creando un movimiento específico al margen de las organizaciones sindicales? ¿Lograrán siquiera influir en el ánimo de los trabajadores a fin de que rompan el círculo vicioso a que los llevó la prédica materialista de los revolucionarios de dictadura?
Nosotros que, sin embargo, no somos enemigos de la organización, no creemos necesario que el anarquismo se organice partidistamente. Y máxime si esa organización específica ha de operar un alejamiento del movimiento obrero, o ha de dividir la actividad de los anarquistas en dos medios distintos de propaganda, cuando lo que debemos procurar es llegar a la unidad de acción, identificando el sindicalismo a nuestras ideas y creando un movimiento concordante con nuestras aspiraciones emancipadoras y libertarias.
 
La Organización Obrera. Bs. Aires. 1924. Edición extraordinaria No. 3 para la propaganda internacional. P. 35-37.