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Emilio López Arango: El prejuicio unitaristaEs por demás difícil establecer cuál sería la verdadera posición de los anarquistas en el movimiento obrero internacional. La concepción del sindicalismo no es la misma en cada país, porque no son iguales las condiciones de desarrollo industrial ni el proletariado ocupa, frente al capitalismo, una posición fija que nos dé en todas partes la medida de su cultura revolucionaria y de su potencia subversiva.
Pero el anarquismo, si bien no puede eludir las imposiciones del medio ni operar de inmediato un cambio radical en el desarrollo de las organizaciones proletarias, podría, en cambio, crearse una esfera de acción en el movimiento sindical mediante la atracción de los elementos revolucionarios que no aceptan la política de los partidos obreros. ¿Es posible que el anarquismo llegue a ser una organización de masas, sin que por ello tenga que renunciar a sus concepciones doctrinarias, a su radicalismo, al espíritu libertario que determina su irreductible oposición a todo sistema orgánico en que la disciplina sea el único elemento de cohesión de elementos heterogéneos? No se trata de disputar a los partidos políticos el dominio de las masas, sino de presentar frente a esas organizaciones disciplinadas, convertidas en lastre del verdadero movimiento revolucionario, una fuerza subversiva capaz de arrastrarlas a la lucha, aún contra la voluntad de los jefes.
Los anarquistas no están hoy en condiciones de ejercer esa necesaria presión sobre las fuerzas pasivas del proletariado organizado. Y el sindicalismo es, en la mayoría de los países, un movimiento sin orientaciones precisas, expuesto a la influencia de los profesionales de la política, y que lo mismo es reformista que revolucionario: es lo que son sus dirigentes y generalmente no es más que un medio para encaramarse los aspirantes a una diputación, o para nutrir a una voraz burocracia que se crea privilegios en los sindicatos que caen bajo su dominio.
A causa de la diversidad de interpretaciones que del sindicalismo tienen los anarquistas, no fue posible hasta ahora crear en el movimiento obrero internacional una esfera de influencia verdaderamente revolucionaria. El mismo sindicalismo francés y español, el más próximo a nuestra concepción libertaria; sufrió continuas desviaciones bajo la presión de acontecimientos sociales que permitieron el desarrollo de la tendencia marxista, terminando por refugiarse en el neutralismo y la prescindencia para neutralizar la acción de los políticos, empeñados en convertir a los sindicatos obreros en simples anexos de su partido.
Hasta hace poco, principalmente en Italia, los anarquistas no daban importancia al sindicalismo. Existía una fuerte corriente antiorganizadora en oposición al gremialismo, que basaba en los grupos de acción, actuando al margen de los sindicatos, todo posible levantamiento armado de la clase trabajadora. La Unión Anárquica Italiana constituye la antítesis del anarquismo antiorganizador, puesto que admite la organización del anarquismo en una especie de partido revolucionario. Pero si bien los partidarios de la U.A.I. llegan a considerar como necesario un movimiento popular específicamente anarquista, no tienen el mismo criterio en lo que respecta a la organización sindical de los trabajadores. Aceptan que los anarquistas militen en los sindicatos y lleguen hasta a asumir la dirección del movimiento obrero, pero sin establecer distingos entre una organización reformista y otra revolucionaria. Basta, dicen, con que los anarquistas permanezcan fieles a sus principios y los defiendan frente a la masa obrera.
Según nuestra manera de interpretar el sindicalismo (del que tenemos la práctica de 20 años de organización obrera completamente identificada con el movimiento anarquista), los camaradas italianos eluden toda discusión doctrinaria en los sindicatos y se abstienen de imponer su influencia a una parte del proletariado, guiados por el deseo de mantener la unidad de los trabajadores. Pero esa unidad puramente corporativista, que se encargan de destruir los elementos políticos cada vez que les conviene, ¿representa algún valor del punto de vista revolucionario? ¿Son más revolucionarios los trabajadores en los países donde más fuertes son, numéricamente, los organismos sindicales?
Los acontecimientos de estos últimos años —la guerra que no evitaron los millones de obreros organizados en las centrales sindicales de Alemania, Inglaterra, Francia, Italia, Estados Unidos; la revolución rusa, que la hizo el proletariado, pero de la que se aprovechó una minoría audaz— son hechos lo suficientemente elocuentes para destruir esa creencia en el valor subversivo de las masas sometidas a una dirección única y a la disciplina de los jefes sindicales.
El prejuicio unitarista, ese temor de escindir organizaciones incapaces de moverse por impulsos espontáneos de energía revolucionaria, es, a nuestro entender, el que impide a los anarquistas desarrollar su acción en el seno del proletariado. La crítica al reformismo, mantenida en los sindicatos sometidos a la disciplina sindical, no logra destruir el poder dictatorial de la burocracia sindicalista. Al que se opone a las resoluciones de los jefes, al que combate los errores de táctica o pone en descubierto las maniobras de los ambiciosos, se le anula fácilmente: se le pone por delante el código sindical; los estatutos que legislan deberes piara la masa y derechos para los directores, se le acusa de divisionista o de agente de la burguesía, y la masa levanta la mano y sanciona la excomunión del descontento.
Llegamos, por lógica consecuencia, a esta conclusión: los anarquistas no pueden sustraerse a la lucha contra el capitalismo, ni deben ser en los sindicatos elementos pasivos que siguen a remolque de los acontecimientos. Necesitan crearse, en el movimiento obrero, su esfera de influencia para que el sindicalismo —al menos en aquella parte del proletariado que acepta nuestros principios libertarios y está en oposición a los partidos políticos— sea un movimiento revolucionario definidamente anarquista.
Para llegar a esta necesaria y urgente conclusión, es necesario que los anarquistas rechacen ese tradicional prejuicio unitario, que sólo favorece a los elementos reformistas; a los aspirantes a diputados y a los profesionales del funcionamiento sindical. El sindicalismo es un medio de acción y su finalidad revolucionaria debe ser el comunismo anárquico. Y nunca, ni aún en nombre de una ficticia unidad de clases, deben ser sacrificados los principios a los medios: la concepción revolucionaria al instrumento que empleamos para ejercitar al proletariado en la lucha contra las instituciones imperantes.
La Organización Obrera. Bs. Aires. 1924. Edición extraordinaria No. 3 para la propaganda internacional. P. 37-38.
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