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Emilio López Arango: IMPERIOS Y NACIONES. Unidades económicas y parcialidades nacionalistasEstán a la orden del día el imperialismo y el nacionalismo. Son esos, ahora que el proletariado parece resignado a su suerte, los dos términos de comparación en la marcha del carro del progreso. Se habla de reacciones y de revoluciones conformo al concepto político que expresa esa lucha entre las grandes unidades económicas y las pequeñas parcialidades nacionalistas, como si los problemas sociales pudieran ser resueltos disgregando los Estados fuertes y multiplicando la planta venenosa del estatismo.
Se ha establecido como principio esa acción disgregadora de los imperios. El fenómeno se explica teniendo en cuenta que el liberalismo burgués es exclusivamente nacionalista, entendiendo por nación una comunidad limitada por fronteras etnográficas, por prejuicios religiosos y raciales, por las diferencias idiomáticas. En ese proceso no intervienen los factores materiales que atan al hombre a sistemas de vida injustos y atentatorios a su salud moral y física, aunque en el plano general de la economía capitalista predomine sobre las parcialidades políticas una especie de internacionalismo industrial y financiero que va borrando los rasgcs característicos de los pueblos.
El problema del nacionalismo depende de su loglca contingencia: el imperialismo. Todo movimietno nacionalista lleva en sí el germen del mal que pretende combatir. Los imperios, máxime si son ultramarinos coloniales, gestan los movimientos raciales en oposición al dominio de las metrópolis capitalistas. Pero el proceso de las nacionalidades formadas por la disgregación de los grandes Estados, está sujeto al mismo fenómeno que determinó la anterior amalgama de pueblos bajo la égida de una raza de conquistadores.
Fácil es, pues, seguir el proceso del imperialismo y del nacionalismo como dos lineas paralelas qne sirven de acceso a uno y otro sistema. Toda nación aspira a romper el precinto de sus fronteras históricas y a dominar sobre países abiertos a la conquista. Y todo pueblo dominado, por poco desarrollada que esté su conciencia nacional, alienta el propósito de independizarse de la tutela extranjera. Pero, ¿en qué medida se liberta le clase trabajadora de ese odioso yugo? ¿Y en qué grado la burguesía nacional conserva el espíritu de independencia desarrollado bajo la dominación del imperto?
Los más poderosos imperios coloniales de ahora — Inglaterra, Francia, Estados Unidos, Japón —, fueron en otros tiempos pequeños Estados sometidos a la tutela de las potencias entonces dominantes, o simples colonias de naciones que vivieron su minuto de grandeza... Y ese solo hecho demuestra que el nacionalismo no es un sentimiento libertario, ni un ideal de justicia: es la expresión del orgullo fanático de los pueblos separados por prejuicios de raza, de religión, de idioma.
No nos pueden convencer los argumentos de los nacionalistas, que sólo se mueven en el. reducido espacio de las concepciones políticas liberales, por mucho que griten contra el moderno imperialismo. Para que tales actos sean posibles, es necesario que haga crisis la influencia del Estado dominador y alguien se atreva a discutir sus mandatos. Y así y todo, la base económica del imperio no es fácil destruir a con los movimientos de independencia nacional.
Sabemos demasiado que la burguesía nacional — al menos en las colonias y en los países semi independientes — carece de ideales patrióticos..., entendiendo el patriotismo como una manifestación de amor a la tierra en que se nace y a los hombres que pertenecen a la misma raza, hablan el mismo idioma y practican la misma religión.
El nacionalismo es a lo sumo una preocupación política que adquiere trascendencia en determinados momentos de la historia. Por encima de esa débil solidaridad racial están los intereses de casta, el odio de clase, la diferencia en los privilegios usurpados a la mayoría por una minoría audaz. ¿Qué afinidades unen a los hombres de una nación en la vida cotidiana? El capitalista autóctono, ¿es mejor y más humano que el extranjero? Los explotadores del patriotismo, que exaltan las glorias de la nación y hablan con orgullo de los proceres de la independencia nacional—y toda patria, grande o chica, tiene su epopeya guerrera—, ¿en qué forma practican la solidaridad de raza con la clase trabajadora?
Fácilmente se puede seguir el proceso de las naciones nuevas, creadas con el aporte inmigratorio de pueblos desemejantes y con la capitalización de aventureros internacionales lanzados a la conquista de riquezas de fácil explotación. El patriotismo se fomenta como un sentimiento de aversión a todo lo extraño, siempre que choque con los prejuicios de la masa ignara o perjudique los intereses de los privilegiados. Pero :a llamada dignidad nacional no existe como sentimiento, toda vez que los cultores del nacionalismo aceptan la humillación de la clase trabajadora autóctona en un régimen social donde dominan los más desaprensivos y los más audaces.
Hay anarquistas que creen ver en el nacionalismo una especie de iniciación libertaria. Parten de la base de que todo movimiento de independencia nacional, por su acción disgregadora, es una valla opuesta al dominio de la burguesía. Y se llega a sostener también que, destruyendo las grandes unidades políticas, es más fácil luchar contra el Estado, debido a que disgregando las potencias mayores se debilita el principio de autoridad.
Según nuestra opinión, se aprecia falsamente ese problema. La misma potencia reaccionaria representa un Estado grande que uno pequeño. Son las circunstancias las que determinan el grado de violencia de los gobiernos de las diferentes categorías: imperialistas o nacionalistas, monárquicos o republicanos, de dictadura o de democracia.
El nacionalismo romántico, que ignora el proceso de la centralización industrial y financiera, sujeto a las mismas determinantes aún en las pequeñas parcialidades políticas, tiene también sus cultores. Pero el punto de vista revolucionario de los nacionalistas por preocupaciones raciales, religiosas o idiomáticas, desaparece una vez conseguido el objetivo inmediato: la independencia de la patria chica. Por otra parte, el egoísmo regional excluye toda posibilidad de mejoramiento en las condiciones del pueblo cuya independencia nacional reclaman los políticos, ya que se elude el problema de la interdependencia de todos los países en el sistema económico impuesto por el capitalismo.
Entre otros muchos casos, tenemos el viejo pleito de los regionalistas catalanes dentro de la nación española. España es una unidad económica formada por varias parcialidades políticas, que se diferencian por algunos rasgos más o menos característicos — el idioma, las costumbres locales, etcétera —, pero que históricamente tiene una conformación sujeta al determinlsmo de las necesidades comunes. Desmembrar esa unidad económica, porque las partes reclamen su completa autonomía, supone tanto como destruir los lazos de una comunidad formada por las más ricas y las más pobres regiones de la península ibérica.
Descartado el romanticismo de los catalanistas político-sociales, el movimiento catalán se inspira en un estrecho concepto de superioridad económica. De ahí que predominen las preocupaciones financieras en los partidarios de la autonomía completa de Cataluña.
El mismo Maciá, jefe de la fracasada intentona revolucionaria de Perpignan, al que presentaron los diarlos burgueses como un Quijote del nacionalismo, tiene en cuenta esas razones egoístas. Para él, Cataluña lleva demasiada carga en el presupuesto del Estado español, en beneficio de las regiones más pobres de la península. En consecuencia, sostiene que, estando en condiciones de bastarse a si misma, tiene derecho a reclamar su completa independencia. He aquí lo que declaró a un corresponsal que lo entrevistó después del famoso proceso de París:
"Cataluña quiere ser libre e independiente, y no podría hallar solución a su problema dentro de una República Federal a base de la Constitu ción de 1873, porque los catalanes tenemos muy desarrollado el sentimiento de la propia personalidad. Contamos con las condiciones morales y materiales necesarias para alcanzar el logro del fin absoluto que perseguimos. La República Federal, es decir, un movimiento de carácter republicano, aun cuando se iniciara en Cataluña, no podría satisfacernos. Nuestra personalidad, nuestra soberanía, sólo pueden establecerse mediante la independencia".
La solución no puede ser más catalanista... Maciá opina como un perfecto burgués catalán. Pero hace también demagogia, a fin de conformar a los obreros que participan en el movimiento político que inspiran los plutócratas de Cataluña. Veamos la curiosa concepción político-social del jefe de la última expedición a los Pirineos:
"Me consideraría indigno de conquistar la libertad de Cataluña si no pensara ante todo en la libertad del obrero. Cada hombre, obrero o campesino, debe poseer el trozo de tierra en que nace y muere, y que defiende a veces con su sangre. Empero, nuestro programa no llega totalmente a la socialización de los medios de producción. Iremos siempre adelante, pero no queremos la lucha. de clases. Si se planteara, serian los pudientes quienes lanzasen el grito de guerra. Dada la psicología catalana, podemos ir más de prisa que Rusia, limitándonos a codificar las ideas que están en el ambiente. La burguesía capitalista tendría que rendirse a la razón. Cataluña, además, se encuentra en situación privilegiada, porque la subdivisión de la propiedad rural facilitarla el advenimiento del régimen democrático. Siendo el obrero la parte más sana y fecunda de la sociedad, considero que merece las preferencias del Estado".
¿Qué quieren, en resumidas cuentas, los nacionalistas catalanes? La independencia política de Cataluña. Y por tan poca cosa hay anarquistas que miran con simpatías el nacionalismo, por aquello de que es un movimiento revolucionario dirigido contra el enemigo tradicional.
Como Maciá, opinan todos los burgueses liberales nacionalistas. No quieren la lucha de clases, porque para ellos lo primero es conquistar el poder político como base para afianzar la dominación. económica de la burguesía autóctona.
Источник: La Protesta. Suplemento Quincenal. Buenos Aires. 1927. 15 de Febrero. No. 257. P. 21-22.
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